sábado, junio 04, 2005

Belmondo lee al crítico de arte Elie Fauré

"Velázquez después de los cincuenta años jamás volvió a pintar algo definido. Vagaba alrededor de los objetos con el aire y el crepúsculo. Sorprendía con sus sombras y la transparencia de sus fondos, con sus colores palpitantes; con ellos construía el centro invisible, de su sinfonía silenciosa. Ya no le interesaba captar de este mundo, sino los intercambios misteriosos que hacen que se fundan unos con otros las formas y los sonidos, con un continuo y secreto progresar del que ningún impacto, ningún sobresalto, revela o interrumpe la marcha. El espacio reina. Es como una onda etérea que se desliza en las superficies y se impregna de sus emanaciones visibles para definirlas y modelarlas. Para llevar por todas partes como un perfume. Como un eco suyo que esparcen por todo el espacio como un polvillo imponderable"

En la bañera sigue leyendo.

"Vivió en un mundo triste. Un rey degenerado, infantes enfermos, idiotas, enanos, tarados. Algunos bufones monstruosos vestidos de príncipes, cuya misión era reírse de sí mismos, y hacer reír a seres marginados por el mundo, oprimidos por la etiqueta, el complot y la mentira. Atados por la confesión y los remordimientos. A sus puertas los autos de fe, el silencio."

Ferdinand: Escucha esto, niña: "Flota en el aire un espíritu nostálgico. Ni la fealdad ni la tristeza pueden verse, ni el destino fúnebre y cruel de aquella infancia aplastada. Velázquez es el pintor de la tarde, de la extensión y del silencio, incluso cuando pinta en pleno día, en una habitación cerrada, o cuando la guerra y la caza aúllan a su alrededor. Como apenas salían durante las horas del día en las que el aire quema y el sol lo ciega todo, los pintores españoles, se identificaban con las sombras de la tarde." ¿A que es bonito?.



Inicio de Pierrot le Fou, de Jean Luc Godard.