Fernando Colina, cada sábado nos ofrece en su "Crónica del manicomio" de "El norte de Castilla" una lúcida mirada sobre la vida actual desde la perspectiva de un psiquiatra. En mi opinión, es el mejor articulista de nuestra "hoja parroquial" y uno de los más interesantes de los diarios nacionales.
Cito un párrafo de "El desencanto de la verdad", publicado hace varias semanas:
La verdad moderna está en entredicho. Lo está su versión conceptual y abstracta, como también le sucede a su forma más empírica y práctica. Salvo la verdad religiosa, que a quien le alcanza le llena el corazón, aunque no le entre por la vía noble y natural de la cabeza sino como a traición y por la espalda, el resto de sus fuentes naturales están amenazas por una crisis constante que no todo el mundo está en condiciones de soportar. Pues, por una parte, la verdad científica solo promete una certeza en permanente revisión y puesta a prueba, aunque a cambio ofrezca el progreso material y la tranquilidad de no tener que meditar profundamente en nada. Pero, además, la otra gran fuente de la verdad, la filosófica, tampoco nos ofrece ningún lugar donde descansar. La filosofía contemporánea nos brinda una alternativa descorazonadora: o bien nos revela que las verdades no son nada más que ilusiones antiguas que han perdido su conciencia de serlo -Nietzsche-, o bien la entiende como una verdad que se va velando y oscureciendo durante su propio descubrimiento -Heidegger-. La verdad ya no coincide con las cosas sino con un proceso ininterrumpido de ocultación y retroceso. El sinsentido se convierte fatalmente, según este destino, en el desenlace de cada sentido posible. Observadas desde este ángulo de imposibilidad, la ciencia y la metafísica confluyen en la persecución de unos objetivos que nos dan lo mejor de sí mismos en la medida en que se nos escapan. El conocimiento actual, más que consistir en un camino hacia el conocimiento, se ha convertido en un acceso costoso a lo desconocido.
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