Primero madrugué. Algo totalmente inhabitual en mí. Cuando me levanto antes del amanecer, siento una extraña sensación de mal fario. El día anterior pensaba que algo iría mal. ¿Freud capítulo uno, como dice el Garci?. Me monté en el taxi. Esperaba llegar a la estación en unos diez minutos. Atasco en Antonio López. Joder, a la gente parece que depués del desayuno le gusta encerrarse en las calles de Madrid. Pirámides: 5 km por hora. Embajadores... sin comentarios. Estuve en el taxi treinta y cinco minutos. Mi tren salía a las ocho y cuarto, pero cerraban las puertas (menuda bobada) a y trece. Llegué a y trece. Jamás había perdido un tren. Coda de unos días bastante deprimentes. Estallé enajenado delante de las otras dos personas que perdieron ese maldito Altaria y de la señórita que me impidió la entrada. Siempre he odiado a las verduleras. Sentí que en ese momento había perdido algo.
-Susana, he perdido el puto tren- etc, pasando por todo el santoral-¿Qué hago?
-Pues tienes un autobús a las once que llega a Algeciras a las ocho.
-Bien. ¿A qué hora es la actuación?
-A las ocho. En Tarifa. Veré si la puedo retrasar.
La retrasó. Cercanías a la estación de autobuses. Para hacer tiempo, me pasé por el bar más cutre que encontré cerca de Méndez Álvaro. Zumo de naranja. Café con leche. Quedaban dos horas. Un anís. Me siento y derramo la copa encima de mi jersey. Mi idea de Bukowsi se acerca un poco a lo que estaba consiguiendo esa mañana. Caualmente tenía un jersey de repuesto en la maleta. De repuesto. Sólo para caso de emergencia. La noche anterior le tiré una cerveza y no tuve tiempo de lavarlo. Entre apestar a anís o a cerveza, escogí esto último.
El viaje fue un tormento chino. Cómo podía imaginar que Algeciras estaba a nueve horas. Eso, unido a la angustia por no llegar a la representación, me las hizo pasar bastante negras. Algeciras. Taxi. Me cambié en éste. Lo había visto en demasiadas películas y no pude evitar la tentación. Al sacar la camisa, el tufo a anis me recordó la mañana. Llegué justo a tiempo. Actuación sin ensayar. Bueno, podía haber sido peor. O no. Cena. Regreso, o en mi caso ida, al hotel. Qué mejor forma de desplazarse por Tarifa que montado con tus compañeros en el remolque de una camioneta Renault conducida por una alemana cincuentona posthippie que se dedica a cuidar caballos de corridas de toros en su finca de Bolonia.
Tras unos cuantos vasos de ron con una rodajita de limon (estaba con músicos cubanos) y resolver la educación musical española con mi compañero de habitación, a las seis de la mañana, dormí.